Biografía

Biografía

“ Con mi vida ayudaré a estos niños, mi casa será la de ellos ”

Elmina Paz de Gallo

Nicolasa Elmina Paz de Gallo nació en la ciudad de Tucumán (Argentina) el 10 de Septiembre de 1833, hija de Manuel Paz y Dorotea Terán. Contrajo matrimonio a la edad de 24 años en 1857, con Napoleón Gallo, hombre de fuerte militancia política, nacido en la provincia de Santiago del Estero, ciudad en la que vivieron durante siete años. Fruto de este matrimonio, fue su hija María Jesús, quien murió a los tres años de edad en 1864.

Acompañó a su esposo en las vicisitudes de la inestable vida política de la segunda mitad del siglo XIX. Napoleón Gallo, murió el 1 de Junio de 1886, a la edad de sesenta y siete años, luego de una larga y penosa enfermedad.

Elmina se caracterizó por un profundo sentido de solidaridad, su casa estaba abierta a todo pobre, se preocupaba por cada abandonado de la sociedad, mendigos, enfermos, ancianos, huérfanos. Se comprometió en numerosas asociaciones caritativas, espacios en donde asumió un gran protagonismo. En Santiago del Estero por encontrarse su casa muy cercana al convento Santo Domingo, participó en las asociaciones ligadas a la Orden Dominica, especialmente la Tercera Orden Seglar. Al trasladarse a Tucumán, colaboró con la Sociedad de Beneficencia, llegando a ser presidenta de la misma entre 1876 y 1877, lo que le permitió asumir responsabilidades con los más desprotegidos de la sociedad, gestionando el Hogar de Mendigos y el Hospital de la ciudad. A su vez integró la Tercera Orden Seglar dominicana de Tucumán, espacio en el que interactuó con Fray Ángel María Boisdron quien se convertiría en su confesor y director espiritual y luego co-fundador de la congregación religiosa que fundaron en Tucumán.

En la biografía de Elmina escrita por Feraud García, se describe la casa de Elmina como una casa abierta:

“Su casa de Tucumán estaba abierta a todo pobre. Era de admirar su actividad caritativa para acudir a tantos. Se preocupaba por todo abandonado de la sociedad, mendigos, enfermos. Era dulce y delicada en su trato con los humildes y necesitados; hasta las viejas mendigas que vistiendo sucios harapos encontraba a la puerta del templo, a la salida de la misa, recibieron el apoyo de su brazo para ser conducidas a sus casas. Las galerías de su espaciosa mansión estaban llenas cada mañana de pobres en busca de la sabrosa sopa con que ella los obsequiaba, agregando el refuerzo de algún dinero siempre y prendas de ropa limpia”.

El verano de 1886-87 encontró a Tucumán en una crisis sanitaria provocada por una epidemia del cólera que afectó a toda la población, especialmente a los sectores más vulnerables. La magnitud del flagelo superó las posibilidades de control del Estado provincial, la Iglesia local y diversas asociaciones se abocaron a la tarea de asistencia de los damnificados, sin que se pudiera resolver el problema de atención de las víctimas pequeñas.

La urgencia por solucionar el vacío institucional y encontrar un lugar adecuado para atender a los huérfanos, motivó al fraile dominico Ángel María Boisdron, a solicitar ayuda para los niños, a Elmina Paz de Gallo, quien a pesar de su reciente viudez no dudó en disponer de sus bienes, transformar su vivienda para acoger a los necesitados y aún más, asumir personalmente el cuidado de los huérfanos.

Cuando Elmina Paz dio inicio a su obra y transformó su vivienda en asilo el 28 de diciembre de 1886, respondió mucho más de lo esperado. “No sólo con mi dinero sino con mi vida toda ayudaré a estos niños huérfanos. Mi casa será la de ellos”, fueron las palabras que dirigió a Fr. Ángel María Boisdron, expresando el deseo más profundo de su corazón. 3 La resolución de Elmina Paz de hacerse cargo de la atención de los huérfanos, despertó la adhesión de un grupo de jóvenes mujeres que se incorporaron a las cada vez más exigentes tareas que demandaba la obra. El acelerado incremento del número de huérfanos –en febrero de 1887 sumaban casi un centenar– planteó la necesidad de mejorar las condiciones del improvisado asilo y asegurar el futuro de los niños una vez superada la crisis, circunstancia que provocó un giro en la vida de estas mujeres, quienes comenzaron a plantearse la necesidad de entregar toda su vida al servicio de los “dolientes” como así lo expresaron en una carta dirigida al Obispo de Salta.

Este hecho generó, entre los miembros de la élite tucumana, opiniones contrapuestas ya que algunas personas opinaban que la decisión de Elmina era exagerada, ya que a la edad de 56 años, no era necesario sumir tal responsabilidad, sino que bastaba con su apoyo monetario.

La experiencia caritativa de estas mujeres las llevó entonces a tomar la decisión de optar por una vida consagrada a Dios y los más necesitados, esto dio origen a la fundación de la congregación de Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús.

En menos de seis meses de fundado el primer Asilo de Huérfanos de la provincia, se solicitaron los permisos eclesiásticos para fundar la congregación y, el 17 de junio de 1887 comenzó la formación de las 12 postulantes bajo la dirección del P. Boisdron. La Congregación fue afiliada a la Orden Dominicana el 4 de Julio de 1888 y aprobada por la Santa Sede el 7 de septiembre de 1910.

Elmina Paz y un grupo de huérfanas, San Miguel de Tucumán, hacia 1895

Elmina Paz expresó una existencia llena de sentido, comprometiéndose siempre con las necesidades de los demás. Esta nueva congregación religiosa comenzó a recibir solicitudes de apertura de Asilos y Colegios en otras ciudades del país, Monteros (Tucumán) en 1895, Santiago del Estero en 1898; Buenos Aires en 1902; San Miguel de Tucumán, 1902; Santa Fe en 1908, Rosario en 1909, para solucionar los problemas vitales de los sectores más vulnerables de la sociedad y abrir ecuelas. Desde sus orígenes la Congregación asumió el carisma dominicano, realizando un proyecto de búsqueda de la verdad y vivencia de la compasión, asumiendo compromisos en distintos lugares de predicación. Cuando Elmina murió en Tucumán el 2 de noviembre de 1911, fue reconocida como una santa por entregar su vida para salvar a muchos.

El Diario El Orden de Tucumán hacía memoria de ella:

“María Dominga (Elmina Paz) fue para Tucumán algo más que una tradición, fue una benefactora, fue una madre común de los desgraciados, fue la glorificación de la virtud. Su desaparición es una pérdida irreparable. Su Nombre va unido al bien, y al pronunciarlo con gratitud los labios expresan la veneración de una Santa. Fue, efectivamente, una santa, esta mujer, soberana de almas, que llevaba encendido su corazón por el fuego de la caridad. Su muerte deja un hondo vacío en nuestra sociedad. El nombre de esta anciana, que se ha extinguido con la serena apoteosis de un ocaso, va unido a las obras meritorias más importantes que cuenta Tucumán, dedica su vida y su fortuna al apostolado de la caridad”.

El dominico Fr. Jacinto Carrasco afirmaba que el gesto de Elmina en los tiempos del cólera, hizo presente a Jesucristo en Tucumán:

“Y Jesucristo se hizo presente en Tucumán, durante el cólera del 1886- 1887. Por eso su obra es lo único que ha quedado. Lo único que ha quedado en pie, visible, presente, efectiva- como en el primer día- es la obra de Jesucristo, la obra de la Madre Elmina, el factor espiritual, que solo Jesucristo puede aportar”

Elmina Paz es un ejemplo autoridad femenina, que no solo fue reconocida al interior del claustro sino que se irradió hacia el entorno social en el que vivió.

“Por su nombre vivirá. En Tucumán como en Santiago, como en Santa Fe, como en Buenos Aires y en todos los puntos donde ha ido a ejercitarse el apostolado y el celo que ella encendió, quedan monumentos de piedad social que resisten al olvido. Pero la permanencia y la prolongación de su obra, no atenúa el pesar de su desaparición. Los justos tienen su misión en vida y ninguna más alta que la de la vigilancia amorosa y constante sobre los destinos de su pueblo. La madre Elmina la llenaba bien: desde el retiro de su asilo tenía una gravitación propia y obraba con sustancial acción de presencia en la moderación social, reflejando el tono y la tensión corrientes vitales. En el alto sitial de su piedad esclarecida, la amplitud de su espíritu cubría a los sufrimientos que le buscaban con la calma que bajaba de sus fervorosos labios como una bendición”

Fray Angel María Boisdron, en las exequias de Elmina manifestó la impronta de su nombre en el pueblo de Tucumán, en la vida de Napoleón su esposo y en la de su congregación:

“el pueblo le conservó el nombre tan simpático y significativo de Madre Elmina…representaba ella lo que hay de más elevado en nuestras creencias, de más benéfico en nuestra religión: fue ella una pura personificación de la piedad y la caridad (…) Fue unida por enlace matrimonial a un hombre, cuyo carácter varonil y firme, apto para dirigir los acontecimientos políticos y dominar la causa pública, formaba contraste con la índole mística, suave y generosa de Elmina: era la mujer de ideales, pensamientos y obras, la esposa que vive para el consuelo y la gloria del esposo, el ángel que en el corazón de él conserva y aviva siempre sentimientos de la fe y le merece la envidiable muerte de los justos. Su nombre es la expresión popular de la piedad y la caridad. No hay obra de beneficencia en que no tenga parte; pocos son los institutos humanitarios en que no haya prestado sus servicios, como presidenta o con otro oficio por ella preferido por ser el más humilde”.

El nombre de Madre Elmina, con el que quedó grabada en la memoria de su pueblo, condensa su vida y su experiencia espiritual, madre de todos, madre de los pobres. Ernesto Padilla la despedía así:

“Cabe despedirla con el nombre cariñoso que se le dio en vida. Todo Tucumán la llamaba así, reconociéndole la plenitud del don sagrado que se entrega sin ahorros al cuidado de otros seres y que en ella alcanzó a la suprema inmolación, al absoluto desprendimiento, para llegar hasta la multitud de los humildes con el ansia de la consagración espiritual y con la eficacia del cristiano apostolado. Cabe despedirla con esa filial expresión, porque encierra el concepto integral de su existencia que ha finalizado en una luminosa culminación de virtud, noblemente inspirada, intensamente sentida y fecundamente realizada. Así la llamaran siempre los que ella recogió en esa hora trágica de la historia local, (…) del mismo modo la nombrarán las dignas hijas que, en su misma casa, participaron de su espíritu y confundieron sus votos, solidarizándose con su ejemplo (…) y ese llamado familiar, será el íntimo y reconocido tributo con que el recuerdo la salude y la tradición la consagre en esta tierra tucumana”

Huérfanos en el Asilo del Santo Nombre de Jesús

En las palabras de despedida de la madre Elmina, el día de su fallecimiento, Boisdron la describía de esta manera:

“Pero lo que la palabra humana no puede expresar adecuadamente, y lo comprenderán todos los corazones generosos, es el afecto, el cariño con que recibe acoge y trata a estas desgraciadas criaturas. Durante veinticinco años será la madre tierna de ellas. Se las traen, unas con toda la gracia de la niñez, angelitos que por su aspecto, roban el corazón, los mira, se sonríe, goza, otras con todos los estigmas de la miseria y la enfermedad. Ella las toma en sus brazos, palpa las manitos, las caritas, los cuerpecitos, la aprieta sobre su pecho y las ama. ¡Espectáculo conmovedor que cien veces hemos presenciado!”

 

Elmina Paz en el centro con dos huerfanitos, Escuela-Asilo de Santiago del Estero

Los periódicos de la época se hacen eco del gesto de Elmina, así lo expresaba el diario La Nación:

“La señora Paz de Gallo dio en esa ocasión, una nota muy alta de caridad bien encaminada. Viuda de un hombre político de mucha acción local, disfrutando de una halagadora posición y con las comodidades que permitía una gran fortuna, formó el proyecto de crear un asilo e inmediatamente lo realizó, llevando a su misma casa a los necesitados y entregándose a su cuidado, no obstante que sus años reclamaban ya una vida tranquila”

El mayor testimonio que Elmina era una mujer habitada por Jesús durante su vida cotidiana lo encontramos en el amor a sus hermanos y hermanas, muchos fueron los que comprobaron su afabilidad y caridad:

“Su afabilidad hacía fácil y ameno el trato con ella; pero un recato sobrenatural, que envolvía toda su persona, imponía respeto y atajaba toda palabra que pudiera lastimar la caridad u otra virtud. Después de hablar con ella, uno se sentía mejor: lo hemos probado más de una vez”

Esta fama de santidad de la Madre Elmina se transmitió en las distintas generaciones de los habitantes del pueblo que la vio nacer, podemos comprobar esto en el testimonio de Ernesto Padilla quien nos evoca el recuerdo que su corazón guardó desde pequeño:

“Aprendí a admirarla en el elogio con que la mencionaba mi madre que, de menor edad, la conoció y trató. A mi vez, fui testigo de su heroica determinación y he seguido los pasos que ha marcado su vida de renunciamiento y de cristiana consagración. Y cuidé de llevar hasta ella a mi hijo para que contara la dicha de conocer a una santa”

Los restos de Elmina Paz descansan en la Capilla del Dulce Nombre de Jesús en San Miguel de Tucumán.

Fotos de Elmina Paz

Biografía teológica

Biografia teológica de Elmina Paz. Hna. María Haydee Herrera