Santo Domingo nació hacia 1170 en Caleruega, un pueblo de Castilla. Canónigo en Osma, Domingo acompaña a su obispo Diego en sus misiones diplomáticas. En Toulouse, en Dinamarca, en Roma, en Montpellier, en Narbonne, descubren culturas diferentes y la miseria. Atravesando la región del Mediodía de Francia, se enfrentan con la herejía cátara. Domingo acoge con entusiasmo la iniciativa tomada por su obispo de predicar como un mendigo y un pobre, a imagen de los apóstoles.
Después del retorno del obispo Diego a España, fray Domingo prosigue con su actividad y comparte la condición de aquellos con los que vive. Su combate por la fe es sostenido entonces, por la oración de unas convertidas del pueblo de Fanjeaux, reunidas en comunidad monástica, en Prouilhe, entre Toulouse y Carcasona. Él puede contar con su sostén, durante los años de inseguridad, que siguen a la invasión de los “Cruzados”, venidos del Norte, convocados por el Papa Inocencio III (1209).
De regreso a Toulouse, en 1215, gracias a una paz precaria, Domingo reúne a unos compañeros enviados por el obispo para predicar, pero alimenta el proyecto de una orden religiosa que se llamaría y sería efectivamente “Orden de Predicadores”. El mismo año, de vuelta del IV Concilio de Letrán, funda esta Orden en Toulouse. Después de la primera confirmación pontificia (diciembre de 1216), Domingo dispersa, a través de Europa, a sus primeros hermanos (verano de 1217).
A partir de París, Ségovia, Bolonia, Roma, la expansión de la Orden es inmediata en otras ciudades universitarias y más lejos todavía: Hungría, Bohême, Polonia. El mismo Domingo confía a sus hermanos su sueño de ir a llevar el Evangelio más allá de las fronteras de la cristiandad. Muere en Bolonia el 6 de agosto de 1221. “Porque él amaba a todo el mundo, todo el mundo le amaba”, se decía de él. Fue canonizado por el Papa Gregorio IX en 1234.
Rosa nació en Lima en 1584, fue bautizada con el nombre de Isabel. Sus padres fueron Gaspar Flores y María Oliva. Al nacer su abuela materna la comenzó a llamar Rosa por la gran belleza de su rostro. Cuando tenía ya edad de contraer matrimonio se opuso al compromiso que sus padres deseaban realizar para ella, manifestando que había decidido consagrarse a Dios. Con este gesto, Rosa ponía de manifiesto sus deseos de libertad y su capacidad para elegir de manera autónoma su futuro, en una sociedad como la limeña del siglo XVII, en donde el matrimonio era concebido como un camino obligatorio para las mujeres.
En el proceso de canonización de Rosa se afirma un rasgo esencial de su vida: el compromiso con los pobres. Quienes la vieron vivir expresaban que era tan grande su caridad que no solo la ejercía con la ‘gente blanca’ sino con los pobres indios y negros, con tanta dedicación que su madre vio necesario enviarla fuera de su casa para que viviese en la del contador Gonzalo de la Maza; porque en la propia no tenía espacio suficiente para servir a los pobres, a los cuales procuraba cuidar con todo lo que podía y permitía su gran pobreza.
Rosa traía enfermos a su casa para curarlos, atenderlos o corría a socorrer sus necesidades cuando alguien la llamaba. Ella llamaba a esta actitud “dejar a Dios por Dios”, dejar la meditación y la oración que practicaba con tanta frecuencia, por las obras de caridad. Fr Pedro de Loayza, un padre dominico muy cercano a Rosa, afirmaba que su caridad era tan grande para con los pobres, que los servía con mucho cuidado y que acostumbraba traer a su casa a algunos enfermos a los que cargaba y tomaba en brazos, aunque resultara un daño a su persona.
Rosa vivió esta profunda compasión junto a una intensa vida de oración y meditación. En el jardín de su casa se había construido una ermita en donde pasaba mucho tiempo dedicada a la lectura. Rosa encontró en la vida de Catalina de Siena una inspiración para su vida, como ella optó por una vida de consagración a Dios y a los demás, viviendo como laica en su casa y poniéndose al servicio de los más necesitados.
En el cuerpo sufriente de Cristo, Rosa se contempló a sí misma y quiso experimentar en su propio cuerpo el dolor de Jesús.El cuerpo como medio para acceder a la experiencia de 10 divino era una comprensión común en la Lima colonial. El azotarse, el uso de coronas en la cabeza con clavos, eran prácticas vivenciadas también como medios para lograr la unión con el cuerpo crucificado de Jesús, asemejarse a El, a su dolor.
Su vida entregada no conoció de cálculos, la debilidad de sus fuerzas hizo que a los 33 años dejara este mundo, Rosa, falleció el 24 de Agosto de 1617.
La vida de Rosa se nos manifiesta hoy como un camino de seguimiento de Jesús. Ella buscó imitarlo en su vida de comunión con Dios desde el silencio y la oración, desde su compromiso con los más pobres, en la vivencia profunda de la amistad, en la búsqueda de un sentido para el sufrimiento humano, en los sueños de una utopía en donde los excluidos sean dignificados. Rosa fue la primera santa canonizada por la Iglesia en América y los congresales de Tucumán de 1816, la nombraron patrona de la Independencia, porque vieron en ella una santa criolla no europea, y era necesario buscar una intercesora americana para el nuevo destino de estos pueblos que aspiraban a liberarse del imperio español.
Santa Rosa continúa soñando con una América en donde no haya marginados y en donde todos podamos construir la nueva casa de la justicia y la equidad.
Catalina Benincasa nació en Siena el 25 de marzo de 1347, hija de Ser Jacopo y Monna Lapa, la penúltima de 25 niños. Todavía muy joven, a los seis años, vivió una experiencia espiritual que marcó su vida de manera decisiva: en el cielo, justo encima de la iglesia de los padres dominicos, Jesús se le apareció en un hermoso trono. A partir de ese día, pasó mucho tiempo en soledad, dedicándose a la oración y practicando la penitencia. Sin embargo, los miembros de su familia, especialmente su madre, intentan distraerla de su propósito de consagrarse al Señor y ocupar sus días con tareas domésticas pesadas. Otro factor decisivo en este período es la visión de Catalina de Santo Domingo invitándola a ingresar a su Orden usando el hábito de las Hermanas de la Penitencia.
Después de superar varias dificultades, a los dieciséis años, Catalina finalmente vestía el vestido de Mantellate, mujeres de condición adinerada, en su mayoría viudas, que seguían la espiritualidad de Santo Domingo y apoyaban a los dominicanos especialmente al servicio de los necesitados.
En este período, continúa cultivando una pasión por la penitencia y la contemplación; él tiene frecuentes visiones y encuentros con su Novio con quien celebra la boda mística el 2 de marzo de 1367.
A partir de este momento, después de veinte años de pura contemplación, comienza una intensa actividad social y política para ella. Catalina comienza a caminar por las calles de la ciudad, va a las cárceles, en los barrios más peligrosos, se dedica al cuidado del sufrimiento, de las personas olvidadas en los hospitales, especialmente de los leprosos, trayendo medicamentos y dando consuelo a quienes están a punto de morir.
Intensa y de gran importancia es también su actividad llevada a cabo a través de las numerosas cartas que envió a personas de todas las categorías sociales para aconsejar, consolar, regañar, incitar.
Catalina está fuertemente desafiada por la situación política de su tiempo, caracterizada por: corrupción extensa dentro y fuera de la Iglesia que estuvo involucrada en guerras, cómplice del poder temporal; preocupado solo por sus propios intereses, tanto que el Papa trasladó la sede papal a Aviñón, Francia.
Catalina descubre dolorosamente que en la sociedad en la que vive ” la verdad no se conoce ni se ama “. Luego dejó Siena y se embarcó en una serie de viajes como mediadora de la paz entre el Papa y varias ciudades, Pisa, Lucca, Florencia, en constante lucha con los Estados Pontificios. También fue a Aviñón y, después de muchos esfuerzos, en 1376 logró convencer al Papa de que volviera a su asiento en Roma.
La pasión de Catalina por Dios y por la salvación de los hermanos encuentra eco en los corazones de varias personas que dan origen a la llamada “Hermosa Brigada”. Eran hombres y mujeres, políticos y artistas, nobles y plebeyos, laicos, sacerdotes y religiosos que la consideraban “Madre”, algunos actuaban como sus escribas y la seguían en sus misiones de mantenimiento de la paz.
Después de confiar al “Diálogo” su profundo conocimiento del Misterio divino revelado en Jesús, consumido por la entrega total de sí misma a la Divina Misericordia, Catalina murió en Roma el 29 de abril de 1380, sin ver a la iglesia reconciliada, dividida por el gran cisma de Oeste, pero ofreciendo su vida precisamente por esa Iglesia que tanto había amado y por la que se había sacrificado tanto.